Si Nueva York adquiriera de pronto apariencia humana tendría, indudablemente, forma de mujer. De mujer voluptuosa, con ojeras y labios igualmente coloreados, de gris y rojo respectivamente; una mujer con el pelo muy largo y el vestido (quizá) demasiado corto. Si París fuese humana también tendría caderas y cintura, también tendría rostro de mujer, o mejor, de mademoiselle. Pero su melena estaría cortada a lo garçon, su momento favorito de la jornada no sería la noche sino el de ver atardecer desde el Barrio Latino, y, en lugar de falda, llevaría pantalón, como dictó Cocó Chanel, una de sus heroinas.
París VS Nueva York: dos ciudades, dos estilos
Su rebeldía y su frescura han llevado a Rita Ora a convertirse en el rostro de MYNY, la nueva fragancia de DKNY.
Como para nosotros, para los creativos de Donna Karan y Gerard Darel, tanto Nueva York como París adquieren, metafóricamente, forma de mujer. Y, para ellos, de una mujer concreta. Las dos firmas acaban de presentarnos sus nuevos proyectos de cara al próximo otoño/invierno y, aunque se trata de campañas diametralmente distintas, tienen un denominador común: ambos han contado con dos grandes mujeres, en representación de dos grandes ciudades. DKNY se ha decantado por la belleza racial de Rita Ora, una de las it girls más irreverentes del momento, para ponerle rostro a MYNY, su nueva fragancia. Y no es casual: la cantante personifica como nadie el espíritu fresco, cosmopolita y alternativo de la fragancia en particular y de la firma en general. Gerard Darel, por su parte, se ha decantado por Marjolaine Rocher, una modelo de belleza clásica y casi áurea, en consonancia con las prendas de la marca, para darle vida a la filosofía en torno a la cual se ha diseñado su nueva campaña.
La decisión de estas firmas, que han presentado sus nuevos trabajos con tan solo un día de margen, nos conduce a una dicotomía tan clásica como el a papá o a mamá, el café o té o el Beatles o Rolling: ¿París o Nueva York? Las nuevas maniobras publicitarias de DKNY y Gerard Darel vienen a ahondar en la idea de que, si cada ciudad tiene una personalidad, la de la ciudad de luz y la de la que nunca duerme son dos de las más marcadas. Capitales, no geográficas pero sí simbólicas, del viejo y el nuevo mundo, París y Nueva York son dos maravillas hechas urbe con una idiosincrasia presente como en ninguna otra ciudad occidental en su arquitectura, su moda, su arte o su gastronomía.
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